Compasión fiera en Proyecto Esperanza

por Silvia Fernández corazón, Social
Compasión fiera en Proyecto Esperanza

La compasión, a diferencia de lo que se suele pensar normalmente, requiere de un gran coraje, implica una relación de igual a igual, nace de la humanidad compartida y, a la vez, se nutre de las diferencias. Un límite firme puede ser, además, lo más compasivo que podamos hacer por el otro y por nosotros mismos. Sobre estos y otros elementos reflexiona Silvia Fernández, profesora del Entrenamiento en el Cultivo de la Compasión (CCT) de Nirakara, a raíz de su colaboración con el Proyecto Esperanza, una ONG que asiste a mujeres víctima de trata humana, a la que te invitamos a apoyar 

 

Hay muchos modos de entender la compasión. A veces se asocia con lástima, “buenismo” o con ser blando. Desde el marco del budismo mahayana, la compasión no tiene que ver con esto. Como dice Sharon Salzberg, la compasión es el temblor del corazón ante el sufrimiento propio o ajeno. Se nos mueve el corazón cuando vemos a alguien sufrir y nace de nosotros un impulso de hacer algo para aliviar ese dolor. La compasión es agridulce. Se mezclan sensaciones que normalmente no colocamos juntas. Es como un océano inmenso de amor que sostiene un huracán de dolor en el centro.

La compasión es fuerte. Requiere del coraje de acercarnos al sufrimiento y abrazarlo con ecuanimidad y amabilidad, lo que mi maestra Joan Halifax llama “espalda fuerte, corazón suave”.  La compasión implica tratarte con comprensión cuando has cometido un error grave; es abrazar a tu hijo que llora toda la noche con infinita paciencia; es abrirse al dolor cuando más querrías salir corriendo, como cuando te quedas junto a un ser querido que agoniza en la cama por un cáncer terminal sin saber qué hacer ni qué decir. Implica sentir impotencia y el impulso de irte pero aun así, quedarte en la habitación. Esto requiere de un coraje inmenso. La compasión no tiene que ver con ser blando.

La compasión se vuelve fiera en situaciones de injusticia social y violencia. Esta es la compasión que practican en Proyecto Esperanza, una ONG que asiste a mujeres migrantes que sufren de trata humana, sobre todo en forma de prostitución o trabajos forzados. Desde hace 20 años, Proyecto Esperanza ha asistido a más de mil mujeres de 70 nacionalidades ofreciéndoles alojamiento en casas de acogida, apoyo psicológico, formación y un plan de acción para su reinserción sociolaboral.

En 2019, empecé a colaborar con esta ONG. Ana Almarza Cuadrado (directora) e Iskra Orrillo Valencia (psicóloga) me invitaron a dar un programa de Entrenamiento del Cultivo de la Compasión (CCT). En él se aprende lo que es y lo que no es la compasión, cuál es la diferencia entre compasión y distrés empático, y se ejercita la compasión hacia seres queridos, difíciles, neutrales y hacia uno mismo. Lo cierto es que, aunque me invitaron para enseñar compasión, soy yo la que más ha aprendido de ellas.

 

 

Lo primero que me llamó la atención es el trato tan horizontal y cercano entre las mujeres que trabajan en Proyecto Esperanza y las mujeres a las que asisten. Entienden muy bien que la compasión no tiene que ver con la lástima. Implica una relación de igual a igual. Nadie está por encima de nadie.

Otra cosa que queda clara en el clima intercultural de Proyecto Esperanza es que la compasión consiste en abrazar tanto nuestra humanidad compartida (todos somos seres humanos imperfectos intentando ser felices y haciéndolo lo mejor que podemos) como nuestra humanidad no compartida. No todos tenemos la suerte de nacer con los mismos privilegios. Caer en la ceguera de ignorar el sufrimiento añadido al que se enfrentan grupos que se enfrentan con prejuicios (ya sean de género, raza, orientación sexual, nacionalidad, religión y un largo etcétera), impide la verdadera compasión.

Recuerdo bien una interacción que tuvo lugar en el primer curso de compasión que impartí en Nueva York entre un grupo de abogados luchando por la justicia criminal. Un participante dijo: “Yo no veo color, solo veo que todos somos seres humanos”.   Y entonces una participante afroamericana le respondió: “Si no ves que soy negra, entonces no me estás viendo”.

En palabras de la escritora Audre Lorde, “no son nuestras diferencias las que nos dividen, sino nuestra incapacidad de reconocer, aceptar y celebrar estas diferencias”. En Proyecto Esperanza no solo respetan las diferencias, sino que se nutren de ellas. Son conscientes de lo que compartimos como especie (incluso entre especies) y de las diferencias que hay entre grupos con distintos privilegios. Esta conciencia de similitudes y diferencias es la que permite una empatía genuina.

Por último, me gustaría resaltar una de las áreas que más hemos trabajado en Proyecto Esperanza: la diferencia entre compasión sabia y compasión idiota. Esto resulta especialmente crucial en una ONG que atiende a mujeres víctimas de trata humana. Muy a menudo, a las mujeres se las educa desde muy pequeñas para complacer y dar. Y aunque la generosidad y la capacidad de dar es uno de los más bellos pegamentos humanos, si se lleva al extremo conduce al altruismo patológico, como diría Barbara Oakley, o a la compasión idiota, como la llama Pema Chodron.

La compasión no es “buenismo”, no es decir a todo que sí o dejarnos pisotear. A veces un rotundo no y un límite firme es lo más compasivo que podemos hacer por el otro y por nosotras. Porque cuando dejamos que alguien nos trate mal, ni le hacemos un favor a la otra persona ni nos lo hacemos a nosotras mismas. Si para ser “buena” o amable con alguien me tengo que destruir o hacer daño, entonces sé que esto no es compasión sabia. Unir la sabiduría y la compasión implica un equilibrio sano y sostenible entre cuidarme a mí misma y cuidar a los demás, y requiere ver con claridad qué es lo que va a disminuir el sufrimiento a más largo plazo y al mayor número de personas (incluidas nosotras).

Una vez escuche a un maestro zen decir que una de cada un millón de veces, el Buddha corta la cabeza a alguien (que hace daño) guiado por la compasión y la sabiduría. No es que quiera sugerir que vayamos por ahí cortando cabezas a quienes hacen daño (nosotras también hacemos daño de vez en cuando), sino que sepamos reconocer cuándo decir un claro “basta” es lo más compasivo que podemos hacer. Podemos comprender a quienes hacen daño y aun así hacerles responsables de sus acciones. Entender no es sinónimo de condonar. 

A día de hoy, continuó colaborando y aprendiendo de las mujeres de Proyecto Esperanza. Nos reunimos periódicamente para practicar la compasión a través de diálogos, meditaciones y ejercicios interpersonales. Me inspira su trabajo. Son un auténtico ejemplo de hermandad y compasión. Te invito a que visites su página web, y  si también te sientes inspirado por ello, por favor haz una donación.

www.proyectoesperanza.org

 

Autor: Silvia Fernández

Durante dos décadas he trabajado con personas atravesando procesos de enfermedad, muerte y trauma. Pasan los años y no deja de sorprenderme la […]

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