Cómo profundizar en la práctica de mindfulness (y cultivar estados de mayor calma, apertura y claridad)

por Lorena Cabeza Mindfulness, Prácticas
Cómo profundizar en la práctica de mindfulness (y habitar estados de mayor calma, apertura y claridad)

La práctica de mindfulness es un camino salpicado de estaciones. La entrada suele ser intensa y, a menudo, reveladora. La senda es larga y, como cualquier gran viaje, se encuentra jalonada de fenómenos que quitan el aliento y tramos que uno quisiera pasar de manera veloz y de puntillas. Una cosa es cierta: cada ruta es única, cambiante, tremendamente viva. En última instancia, no existen las propuestas cerradas, pero este es un posible repertorio de posibilidades —y solo uno— acerca de cómo profundizar en la práctica de la atención plena

Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Mas no apresures nunca el viaje.

Sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

— “Itaca”, de Kavafis

En algún momento sucede: terminar una formación de mindfulness y preguntarse: ¿y ahora qué? O llevar tiempo practicando y sentir que el progreso se ha estancado, que el avance no es tan significativo como en los inicios. Parece que hemos llegado a un muro inexpugnable y lo cierto es que, una vez lo hemos sorteado, resulta ser un simple obstáculo: una roca que rodear, escalar o incluso sobre la que descansar, antes de seguir avanzando en el camino.

Lo primero que he tenido claro cuando me he encontrado en una situación así ha sido la importancia de seguir practicando. Esto implica un cierto desapego de estados placenteros o meditaciones pretendidamente perfectas.  Es más importante, sencillamente, seguir caminando. Encontrar una rutina que no constituya en modo alguno una obligación sino, más bien, que resulte cómoda, gustosa y placentera. Efectiva como forma de liberación en ocasiones y, en otras,  más bien un asentarse en dar cuenta de la sucesión de los distintos estados de cuerpo y mente. Permitirme, en suma, percibir el proceso y la parte de mí misma que lo atestigua.

La flexibilidad ha sido otro pilar importante. En etapas especialmente caóticas he practicado lo que llamaba medio en broma “meditación de guerrilla” o “aquí te pillo, aquí te mato”. Con una niña recién nacida, aprovechaba cada hueco disponible para la práctica intensiva. Esa etapa pasó, pero el caos continúa emergiendo de manera intermitente y eso facilita, paradójicamente, la fusión de la práctica con la vida: tiempos de ejercicio estructurado e intenso, otros de aprovechar los espacios que emergen, y muchos de práctica “sobre la marcha”: sencillamente estar despierta, abrir los ojos, estar atenta a lo que puedo aprender justo ahora, en este momento.

Para eso practico. No para tener una técnica perfecta o ampliar mi colección de herramientas (aunque mejorar o saber más siempre es un gran apoyo). Se trata de habitar, en este instante, la vida de una manera más plena, más consciente. Y hacer de ello un hábito. Ampliar la perspectiva tanto en lo temporal —con una visión— como en lo espacial —teniendo en cuenta a más personas, más seres vivos—. Abriéndome a la certeza de que habrá tropezones y que estos, como decía Saki Santorelli, son grandes formas de pulir el espejo del corazón.

¿Qué otros elementos me han resultado de ayuda a la hora de profundizar en la práctica de mindfulness?

  • Retomar la concentración. Mindfulness puede convertirse, a veces sin darnos cuenta, en una “pastilla” que utilizamos a modo de anestesia para suprimir emociones turbulentas. Su efectividad radica, más bien, en ser un tipo de afrontamiento (regulado, consciente y desde el cuidado). Ahora bien, para ello es necesario contar con cierta calma y capacidad atencional y, así, percibir emociones y pensamientos de manera desidentificada. Cuando noto que la atención es saltarina y se queda “enganchada” con facilidad a elementos no tan saludables, regreso a lo básico: observar el cuerpo respirando, la sensación del aire en el labio superior, la danza corporal del movimiento. Es cuando hay una cierta estabilidad que me dispongo a “montar el tigre” y percibir emociones difíciles, cultivar una intención hábil, sintonizar con la apertura, la vulnerabilidad, lo incierto y también lo cierto, que hallo al contemplar sin expectativas.
  • Notar si ha habido un cierto tipo de prácticas que he abandonado. Es normal y, hasta cierto punto, adecuado, tener preferencias, pero con el tiempo he visto  que un buen entrenamiento de la mente se asemeja al del cuerpo: es necesario que sea integral y toque todos los palos, incluso los que, a priori, despiertan pereza o procrastinación. Podríamos decir que es una mesa que se sostiene sobre todas sus patas. Si le falta una, se queda coja. Si noto estancamiento, reviso qué me estoy dejando: ¿hay menos concentración? ¿O apertura a pensamientos y emociones? ¿O más bien prácticas generativas? ¿O corporales? Normalmente, eso que falta es lo que más necesito.
  • Llevar honestidad a la práctica. Si el estancamiento se prolonga, puede ser momento de preguntarme si hay algo que “no quiero ver” y observarlo con más calma, más precisión, más apertura. El automatismo también se puede llevar a la propia práctica y en ocasiones he notado que observaba sin ver, oía sin escuchar, daba cuenta sin actuar. Entiendo la práctica como una forma de comunicación en la que es necesario que haya una escucha profunda, es decir, atenta; y una respuesta consciente, es decir, elegida: sin ambas caras, parece que la esfera queda rota e incompleta.
  • Recordar que no hay mejor territorio de juego que el día a día. No es extraño sentir, en ciertas etapas, una separación, un abismo aparente entre el tiempo de “cojín” o de práctica y la vida cotidiana. La misma atención suave y sin juicio —y esto último es importante— del barro y también el loto que está aquí mismo, delante de mí, me ayuda a reconducir la atención y dar cuenta de que, en el fondo, no hay separación. Mi visión cambia a una más hábil y me parece que, aquello que no es motivo de disfrute, lo es de aprendizaje.
  • Tener presente que mindfulness no es un estado ideal. Ha sido algo que he necesitado grabarme a fuego. Es cierto que existe un estado mental que podemos llamar “establecerse en mindfulness” como una forma de atención profunda, abierta y serena, a lo que sucede momento a momento. Pero hay otra acepción de mindfulness tremendamente útil para emplear en el día a día: abrirse, sencillamente, a lo que está presente ahora (y responder en consecuencia). Esto me ha sido de gran ayuda para transformar mi relación con los fenómenos: reaccionar menos, acoger más, tener más claro qué límites son útiles y cuáles no y, sobre todo, permitirme ser humana, de manera tridimensional, sin dejarme nada, sin rechazar nada y, a la vez, consciente de que es posible la elección.
  • Dar un espacio mayor a la apertura, la amabilidad, la compasión. Nadie dijo que abrir los ojos fuera fácil. La huida, la evitación, es infinitamente más sencilla, pero poco fructífera, y hasta dañina, a medio y largo plazo. En el devenir de mi práctica, este “cómo” del ejercicio se ha ido haciendo más y más importante. La vida sigue siendo un río en el que a veces te deslizas y, otras, tienes un encontronazo contra una roca. Mindfulness no elimina estos golpes —que, por cierto, te pulen y te conforman—. Me parece fundamental recubrirse de una capa de cuidado, incorporar el hábito de lamerse las heridas para levantarse de nuevo. El cuidado, la mirada abierta y afectuosa, es lo que hace que, a través de la grieta, entre la luz. Es el elemento que insemina la práctica y la hace fértil, fructífera, viva.
  • Hacer retiros. Los retiros de práctica intensiva dan un gran empujón a nuestro recorrido, pero no siempre es posible o adecuado. ¿Cómo resuelvo este desencaje? Sobre lo primero, quizá es momento de entrenar la aceptación —sin duda, una gran aliada—. O puede ser, más bien, una ocasión para revisar hasta qué punto se trata de una barrera mental y en realidad hay opciones. ¿Qué hay de la conveniencia? Mi norma: si genera más estrés del que reduce, entonces no es el momento. Ahora, si es posible y conveniente, los retiros son una gran forma de avanzar en la práctica.
  • Encontrar un grupo (o ahondar en los tiempos de práctica solitaria). Al realizar una formación introductoria de mindfulness o meditación ya tenemos las herramientas más importantes para avanzar en esta senda. Ahora bien, a menudo, si no siempre, se marcha con más facilidad en compañía. ¿Qué tipo de grupo buscaría? En su momento me sirvió el explorar opciones, mirar alternativas, escuchar el cuerpo —y también la mente—. A veces encontré espacios en los que me sentí “como en casa”, y a veces generé otros. También he tenido etapas de “lobo solitario” e, igualmente, han sido fundamentales para mí. Encontré otro tesoro: navegar no solo en extensión, sino también en profundidad e integración.
  • Llevar discernimiento a la práctica y a la vida. Mindfulness es la observación no enjuiciadora de lo que sucede en el momento presente, pero nadie dijo la observación idiota. Más bien al contrario: es fundamental llevar discernimiento  —es decir, distinguir lo que es saludable y lo que no— a la práctica y a la acción del día a día. ¿A dónde me lleva esta conducta, esta actitud, este hábito?  ¿Qué consecuencias tiene para mí misma y para otras personas o seres vivos? ¿Qué puedo soltar, porque ya no es apoyo, sino carga? ¿Qué está en mi mano, y qué se me escapa por el momento? ¿Cómo puedo desarrollar paciencia y fortalecer la capacidad de hacer, sencillamente, lo que es posible en el momento presente?

 

Quizá lo más importante es precisamente esto: llevar conciencia a cada paso, con una visión, una intención, dejando ir lo que ya no sirve, lo que no es beneficioso en el largo recorrido, y establecerse en aquello que permite avanzar.

La propuesta, en esencia, es el núcleo de la práctica de mindfulness: percibir sensaciones, pensamientos y emociones de manera suave, volitiva e intencional, con paciencia, aceptación y sin juicios, distinguiendo, momento a momento, lo que es útil, beneficioso, saludable… de lo que no. Notar la distracción y volver a nuestra intención original, integrando, cada vez más, la práctica con la vida.

Y a ti, ¿qué es lo que te ayuda a profundizar en tu práctica de mindfulness?

Autor: Lorena Cabeza

La práctica de mindfulness me ha ayudado a vivir de manera más calmada y conectada con aquello que es realmente importante, además de a generar una […]

También te puede interesar